Camino a casa...
Estoy regresando a mi lugar de misión y en el silencio del viaje, con cierta nostalgia y pena en el corazón repaso lo vivido hoy. Doy gracias a Dios por haber vivido junto a mis hermanos leonardinos, la experiencia del último adiós a quien, hasta el sábado 10 de febrero 2024, víspera del domingo y fiesta de Nuestra Sra. de Lourdes, fuera un peregrino en este mundo y hoy goza de la promesa que Dios desde el bautismo le grabo en su corazón de hijo al P. Horacio Schiaffino omd; la promesa de la Vida Eterna. Celebré la misa con ese algo que no acabo de definir por lo que nos ha pasado como país por la muerte de tantos compatriotas como consecuencia de los incendios en la V Región y que sus familiares lloran sobre los escombros a sus seres queridos y lo construido con tanto esfuerzo. Ahora como familia leonardina, y digo como familia leonardina, porque en poco tiempo nos han dejado personas que formaron parte de nuestro carisma leonardino, entre otro don: Raúl Abarca y nuestro hermano diacono permanente: Werners Winser, papas de nuestros respectivos hermanos Alejandro y Eduardo, con quienes compartimos momentos hermosos, cuando el pueblo se hace comunidad y la vida una fiesta y ahora descansan en paz junto a quien fuera su pastor de tantas batallas el P. Horacio.
Viví este día con el mismo recogimiento de cuando despedimos a un familiar o un hermano en la fe, así fue con: P. Pier, P. Mario, P. Santi, P. Memo y ahora P. Horacio. Me viene a la memoria una y otra vez ese grupo de sacerdotes que encontré cuando conocí la Orden de la Madre de Dios. Hombres llenos de vitalidad, que salían temprano de casa a sus deberes pastorales y llegaban tarde del día cansados y a veces con poco tiempo para rezar o compartir con los que estábamos comenzando. Otros que pasaban por la comunidad de Vergara 352 provenientes de Rancagua o Quinta de Til-coco, siempre con algo para los seminaristas. Se sentían responsables de nuestra comida, vestuario y aseos. Los mirábamos con respeto, sabíamos que de ellos dependía nuestra permanecía en la Orden, no porque nos quisieran echar, sino de su trabajo, su perseverancia y el cuidado por la obra. Siendo unos totalmente desconocidos para ellos, pasamos a ser sus hijos espirituales y más tarde, hermanos.
Siento que, con la partida del P. Horacio, nos deja una generación de Padres Leonardinos, que nos vieron nacer, crecer y salir de casa a la misión encomendada. Ellos fueron testigos de nuestros procesos formativos, estuvieron en nuestras profesiones, nos impusieron las manos y nos acogieron con un abrazo de padre como miembros de una familia de la que pasábamos a formar parte. Ellos nos recibieron en las comunidades donde fuimos, ellos eran los rectores o párrocos. Nos invitaron a sentarnos a la mesa cuando tímidamente comenzábamos nuestra aventura pastoral. De ellos aprendimos que la mesa no solo era para llenar la panza, sino para experimentar la vida en su dimensión más humana, la conversación, la talla, la organización y hasta las acaloradas discusiones que terminaban con la oración por los alimentos recibidos, para pasar a la vida normal del día, sin rencor y sin cuentas que pasar. Cada uno dejo una huella en nuestras vidas. Aprendimos a ser hermanos en las diferencias, a querernos en la comunidad y pastores para la gente.
Hoy al cerrar la puerta del mausoleo donde descansan los restos de nuestros próceres leonardinos, tuve la sensación que se cerraba la puerta a una generación que pasó por este mundo haciendo el bien. Así se definió el paso del Señor Jesús por este mundo: “Pasó haciendo el bien”, y ¿esta no debería ser, también la definición de todo cristiano y con mayor rezón de todo religioso?, pasar por las calles y casas dende se vive, haciendo el bien. Lo que no quiere decir que se hagan perfectas, porque, “solo uno es perfecto: Dios”. Hacer el bien es hacer las cosas con cariño, de buena voluntad, sin interés o por cumplir, sin rencor y pasadas de cuentas. Las cosas se hacen bien cuando se hacen con amor. Quien podría dudar del cariño que nos tenía el P. Horacio, de su buena voluntad cuando le pedíamos un servicio, un consejo, una confesión. De su obediencia religiosa cuando le pedían un cambio de comunidad o servicio pastoral, de su caridad, que reflejaba su sentido de pobreza evangélica al momento de desprenderse de los bienes materiales, cuando sentía que otros lo necesitaban, así también podríamos decir de todos los padres que nos han dejado. Conocía un hombre bueno, sencillos, humilde y obediente.
Se cerró una puerta aquí en la casa terrena, para abrirse una en la casa del cielo y escuchar la invitación tan familiar para ellos: “Vengan, benditos de mi padre, porque tuve hambre, frío, estuve enfermo, en la cárcel, de duelo, pobre, triste y tú estuviste ahí, en ocasiones, sin decir nada, pero fuiste, te acercaste y me tendiste la mano. Ahora entra, “servidor bueno y fiel, entra al gozo de tu Señor”. Y nosotros, seguiremos recordando a esos hombres buenos y fieles hasta el final.
Los que estamos lejos, no nos queda más que agradecer el testimonio de fraternidad que han tenido con los hermanos mayores. Soy testigo del cuidado, respeto humano, cristiano y profesional, que tuvieron, no solo con P. Horacio, también con el P. Mario, Santi y Memo entre otros. “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn.2,18) nos recordaba el papa Francisco en su mensaje por la jornada de los enfermos y lo repitió el P. Alejandro hoy en su homilía. No es bueno que el hombre esté solo, menos los enfermos y cuanto sabe de esto la vida consagrada. Sigamos rezando por los sacerdotes y pidamos a Dios que lleguen otros como nosotros lo hicimos un día, para vivir la experiencia que Dios tiene preparada para los que lo aman.
Tengo pena, es verdad, siento que con esto estoy sacando de mi corazón ese duelo por la partida de otro hermano, siento que hoy hice la oración más sincera, más limpia, más profunda porque ha sido purificada por el dolor y la tristeza acumulada por la partida de nuestros hermanos, padres y abuelo y la comparto así: Dolorida y esperanzada.
+Oscar
12/02/24
Biografía
El padre Horacio fue un hombre multifacético, ya que antes de ingresar a la Orden, se dedicó a muchas tareas: estuvo algunos años en Buenos Aires, Argentina, donde trabajó en una empresa de publicidad que pertenecía a su Madre.
También trabajó muchos años en la fábrica de su padre en la ciudad de Arica.
En la Municipalidad de Santiago, se desenvolvió como jefe de inspectores y trabajando en el departamento de tránsito.
En su juventud, fue miembro de la democracia cristiana, donde sirvió como dirigente sindical.
Fue secretario de la diputada Sara Gajardo.
Participó en “La Pompa Italia” y, luego como sacerdote, fue Capellán de una compañía de bomberos en la ciudad de Rancagua…